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Pregunta a E. Jean: ¿Cómo terminar esta relación? Il Trionfo del tempo del disinganno

Por Pamela Soria.


Imagen: La vocazione di San Mateo de Michelangelo Merisi da Caravaggio (fragmento)




Sé que cometí un error, pero no esperaba una reacción tan ponzoñosa.


Me encuentro emocionalmente muy mal. Ayer tuve un encuentro con la que hago llamar Piacere y me ha dejado en trance. Necesito tu consejo:


Todo iba bien con la promesa que le había hecho de no dejarla. Debo admitir que hubo un momento en el que notó mis dudas porque, como sabes, el Tiempo pasó y me dio miedo seguir con lo dicho.


Sé que eso no me favorece, pero déjame contar lo que pasó cuando la volví a ver en persona; sólo así sabrás por qué tengo mis dudas. Entré a una sala oscura para esperarla, escuché sus pasos orquestales en tutti; parecían acercarse in crescendo hacia mi, amenazantes. Los músicos eran su séquito, el cual usaba secuencias, repeticiones y cambios entre forte y piano, para retarme. Su entrada convertía el espacio en algo similar a una jaula de oro, firme e invisible, llena de recovecos que me permitían escuchar ecos por doquier. La que llamo Piacere creó el escenario, como si fuese una serpiente delimitando su territorio antes de morder. Ya no buscaba un diálogo, buscaba mi juicio.


Después de un breve silencio me dijo, con una voz seductora pero envenenada: “Tu juraste que nunca me dejarías, o el dolor que sea tu merced”. Su objetivo, al pronunciar esas palabras, parecía ser el de envolverme y seducirme con el sonido expresivo de su voz, mientras me juzgaba y condenaba con el significado de sus palabras. Un violín solista acompañó su discurso desde el inicio y reforzaba en mi un efecto subyugador. Los cantos me envolvían y estrujaban discretamente; se complementaban, se reforzaban entre sí con una línea dolente, pero sensual. Después de una pausa, ella volteó. Sorpresivamente me echó en cara: “¡Tú lo juraste!”. El absoluto silencio que vino después exigía una respuesta de mi parte; no encontré palabras frente a tal discurso, tal hechizo, tal música.


Perdí noción del tiempo y cuando pensé que mi juicio había acabado, su voz rompió el breve silencio para reprocharme algo más, en una sección totalmente nueva y contrastante. Aquí, te confieso, pensaba ver a Piacere perder por fin su compostura y elegancia para estrujarme violentamente cual pitón, ya que me dijo amenazante, enfurecida y en secuencia ascendente: “si resuelves ya no amarme más...”. Mi sangre hervía en anticipación, pero ante tal tensión, ella decidió soltarme con crueldad, usando una melodía dulce y condescendiente que descendía y se deslizaba poco a poco para advertirme: “conoce el castigo de los que carecen fe”.


A estas alturas, te aseguro que el violín solista y los demás instrumentos también parecían haber caído a la merced de su voz hipnótica; sus intervenciones siempre fueron una servil consecuencia a su liderazgo. No era en absoluto un diálogo tipo pregunta-respuesta: era una sola acción de su parte y la reacción de todos los demás a sus pies.


Cuando reconocí la entrada al ritornello en los pasos firmes de los bassi, entendí por qué Piacere no había decidido asfixiarme antes: aún no había acabado conmigo. Su recapitulación le serviría para hacerme sentir su desprecio, teniendo el placer de torturarme por mi fatal duda. Esta vez sentí, con mayor claridad, el frío de sus palabras al enredarse y deslizarse en mis oídos para intentar sufocarme; no de simple dolor, sino de un placer dolido, rechazado y enfurecido.


Aquí es donde necesito tu ayuda ¿qué debo hacer ahora para terminar en paz?, ¿fue violencia psicológica? Creo que cualquiera que leyera esto supondría que sí, hasta pienso que Benedetto Pamphili puso tales calumnias en su boca para causarme un conflicto. Pero créeme que si hubieras estado ahí conmigo para escucharlo, también hubieras deseado quedarte a escucharla injuriarme con tal mezcla de crueldad y delicadeza, que irte e intentar ignorar el gran efecto que causó mi cobardía.


La Belleza



Mi querida Bel:


Lo que presenciaste fue el arranque de una persona que aspiraba encarnar la sensación que conocemos como placer. Además, todo indica que ella sigue totalmente el estilo barroco, al querer apelar a tu reacción emocional con su canto, para reflexionar sobre tus acciones. El que le ayudó a lograr esto musicalmente fue Georg Friedrich Händel (1685-1759). Su música logró darle voz humana al placer, con hermosas líneas melódicas, provocadoras y envolventes, que seducían al oído sin agredirlo, pero que reflejan un ardor y deseo de venganza.


Por otro lado, no estabas perdida al reconocer las palabras de Benedetto Pamphili (1653-1730) que se presentan tras la música de Händel. No sorprende que, como cardenal de la Iglesia Católica en Roma, Pamphili decidió encarnar a Piacere como un personaje superficial, convenenciero, provocador y sensual. Recuerda que la intención de un oratorio barroco era difundir la moral eclesiástica de la época entre la aristocracia; la clase alta que iba a las escenificaciones de este tipo.


Entiendo por qué no me diste detalles de la armonía, organicidad o estructura más formal de tu encuentro: es una clara forma binaria con recapitulación y sin uso novedoso de modulación o armonía, pero detrás de su aparente y engañosa simpleza estructural yace una carga moral, emocional y discursiva, digna del canon occidental. Lo que nos compartiste es realmente un aria que apela a un diálogo entre solista y público. “¡Tú lo juraste!” es un reclamo que puede estar dirigido a cualquiera de nosotros. Es una oración que usa música, letra y alegorías para apelar a la justicia y rectitud, que se creían inherentes en cualquier ser humano: exhibe el humanismo de una época que llama al buen corazón que yace en lo profundo de la audiencia hipnotizada frente al hechizo que provoca en los oídos el placer de la música.


Me resulta curioso saber que al final de tu encuentro, la obra fue ganadora indiscutible de esta afrenta. Si me pides que te diga cómo terminar en paz esta relación, sólo diría: el tiempo y el placer son percepciones humanas que encuentran inmortalidad y validación en las grandes obras de arte. Si te sabes mortal, no queda más que admirar su paso frente a ti, hasta que termine tu relación terrenal con ella; ya que ella, jamás lo hará por ti.


E. Jean

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