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Piedras, papel o tijera

Actualizado: 23 jun 2023

Autor: Armando Gómez Rivas.

Imagen: Revista Enchiridion VIII, 2017.


8.00 a.m. El jardín violáceo se dispersa. Los sonidos inundan cada mínima fisura en la escuela de arte musical. La suavidad de las tonalidades ondula entre vitrales que enmarcan un rosal marchito. El atril es mudo confesor de soliloquios encarnados en sonidos. El contrapunto despierta en la sucesión infinita de símbolos atrapados en papeles. Vibraciones que seducen rostros con tersura y responden a la intimidad de una caricia. Los colores se deforman, como ondas, ante el peso de digitaciones invisibles. Un eco vibrante te besa en los labios que sangran ante la imponente arquitectura.

11:00 a.m. La restitución sindical está hecha en el departamento de asuntos diversos. El nuevo ciclo de poder no muestra modificaciones. La oficina exhibe pulcritud y brillantez en los detalles decorativos. Los marcos académicos policromados penden diplomas alineados con oropel. Una silla giratoria, enclavada con carpetas tejidas, es testigo de horas de paciencia y pláticas morbosas. El espacio es la quintaesencia de la belleza burocrática. El exceso en la ornamentación es el reflejo de un barroco falso: baratijas orientales. De forma irracional, el acto degenerado de organización y mal gusto se defiende como un aspecto de personalidad.

11:05 a.m. El plan de trabajo de la institución se sintetiza en un sorteo. Un juego decide las actividades y se condensa en papeles que aparentan estructuras similares. Es una geometría absurda que concentra fragmentos arrugados en un florero. Como apuesta, los pequeños trozos definen presupuestos en oposición a la apreciación estética. La autoridad, personificada en un peinado pasado de moda e ineficiencia irreparable, toma el recipiente de cristal que descansa en el pedestal del archivero. Mezcla nuevamente y selecciona uno de forma tendenciosa. La decisión se encuentra en la mano trémula de un asalariado que espera, con apatía, la llegada de un horario. En cada movimiento, la resolución desentona con el ruido subversivo de lo cotidiano. El dolor diáfano y continuo conduce al deceso de un arpegio enfurecido que se ahoga en el silencio. La fatalidad operística se intuye. Se ha consumado un período más de decisiones no tomadas.

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