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No me arrepiento de la niebla

Por Elizabeth Gori



Roman Polansk y Emmanuelle Seigner


Desde que recuerdo, la línea entre la fantasía y la realidad

ha estado siempre irremediablemente borrosa.

Roman Polanski.


Cuando te sumerges en una densidad que ciega, ¿cómo permaneces en la ruta? ¿sabes cuál es el camino? Estas son preguntas obligadas que surgen de la frase con la que Roman Polanski inicia sus Memorias. Esta sentencia, que se antoja como parte de una velada advertencia inicial, deja ver que realidad y fantasía se fusionan en los recuerdos del director desde que era un niño hasta principios de los años 80’s.

El director ofrece, en sus memorias, un relato minucioso de las pérdidas más importantes a lo largo de su vida. Primero sus padres durante el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde su esposa embarazada, asesinada violentamente por los seguidores de Charles Manson, donde el autor detalla desde el momento en que recibe la noticia y los años posteriores; no hace falta que Polanski diga que, hasta el momento en que terminó la autobiografía, todavía no había superado esta tragedia. Finalmente, la perdida de la libertad por una acusación de abuso sexual, un tema que cobra cada día más relevancia debido al fuerte movimiento feminista que elige ignorar, en ciertos casos, cualquier intento de mantener una postura situada histórica y culturalmente. Así, pertenecer y ser despojado parece ser una constante en la vida del cineasta. Ante ese dolor de ser arrancado de raíz, una vez tras otra, no queda duda de que la fantasía es un buen escondite para lamerse las heridas.

Más allá de esto, el libro describe el modo en que se llevaron a cabo las películas que Polanski hasta el momento en que se publicaron por primera vez las Memorias; las referencias de la planeación, producción y posproducción gozan de cierto encanto por la nostalgia que provoca en el lector cinéfilo. Por otra parte, se describe el desarrollo de la sexualidad del autor, cuyo carácter explícito por momentos se vuelve ocioso y espeso, aunque se soporta al considerar que con ello quizá se busca hablar del big picture donde se desarrolla su relato: una época de libertad y experimentación que constituye, en gran medida, el desarrollo de la emancipación femenina.

La desgarradora narración que hace de su infancia hasta la adolescencia recuerda detalles de su cinta más famosa: The pianist (2002). Una anécdota que hace cimbrar es cuando, durante la ocupación Nazi y con una vida de precariedades alarmantes, su madre sale a buscar comida y regresa a casa con una gran lata de pepinillos. Igual que Władysław Szpilman, el personaje principal de la cinta a la que se hace referencia ahora, cuando busca comida desesperadamente entre las ruinas de un edificio colapsado. En este momento, el lector comprende que The Pianist es una entrañable autobiografía que da detalles de numerosos momentos de horror que Polanski tuvo que pasar a lo largo de su vida.

A pesar de lo franco y detallado de algunos aspectos de la autobiografía, y de que nos regala preciosos momentos en los que vemos The Pianist en su más estética y profunda faceta, Polanski omite temas de sus cintas que fueron desde entonces un sello personal y que perviven hasta sus últimas películas: la persecución constante a la que somete a sus personajes, la representación del temor ante los ancianos, la tortura y el temblor en la locura de ser otro/a. Se podría pensar que muchas de sus películas son adaptaciones, sin embargo, la elección de las piezas dista de ser fortuita, por ejemplo, cuando el autor elige Macbeth (1971) sobre otras obras de Shakespeare. Por ello, para quienes estén interesados en el cine de Polanski y no en su vida privada, Memorias puede ser un sacrificio mayor por pocos datos sobre su cine.

Sin duda, en Memorias, hubiésemos deseado leer más sobre los motivos de las cintas de Polanski y mucho menos sobre su vida sexual. Pero más allá de eso, el mejor final para las Memorias viene casi cuarenta años después: en la reedición del texto el autor agrega un epílogo donde relata los años posteriores a la primera edición. Nuevamente se centra la mayor parte del tiempo en los escándalos sexuales irresolubles. Sin embargo, en medio de esta asfixiante y cianúrica bruma se observa el brillo de su vida junto a Emmanuelle Seigner.

El cierre de las Memorias es una sublime provocación: “… no me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido en el camino. Por paradójico que pueda parecer, si los acontecimientos de mi existencia no hubiesen sucedido tal como lo han hecho, hoy no tendría a mi familia ni disfrutaría de la vida que llevamos juntos. Tendría otra cosa, y yo no quiero otra cosa. No pienso renunciar a eso por cambiar mi pasado”. Roman Polanski y Emmanuelle Seigner, un dúo que hace reconsiderar al director la tragedia de su propia historia y que nos ha ofrecido soberbias piezas del séptimo arte: Venus in fur (2013), D'après une histoire vraie (2017),J'accuse (2019) o Bitter Moon (1992), de las cuales hablaremos en otro momento, son algunas de las mejores obras de ambos, sin duda el reflejo que se desprende de la luz después de décadas andando entre la niebla.

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