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La guerra no tiene rostro de mujer. Svetlana Alexiévich (Debate, 2015)

Por Corina Mora H.


Ilustración: Iyari Rodríguez.


Mucho se ha escrito sobre las guerras. Se ha escrito de manera histórica, estadística, filosófica. Hay héroes y villanos, vencedores y vencidos, y por lo general desde la perspectiva masculina. Svetlana Alexiévich nació en Bielorrusia en 1948 y fue premio Nobel de Literatura en 2015. Su obra se caracteriza por exponer cuestiones sociales y por abogar a favor de los transgredidos. En su libro La guerra no tiene rostro de mujer, Alexiévich plasma historias narradas por mujeres que entrevistó y que vivieron la guerra en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Poco se ha escrito sobre ellas y la manera en que asumieron el conflicto:


La guerra que viven las mujeres tiene sus propios colores, espacios, sentimientos, esta guerra no solo la sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta, junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible (p.14).


En el primer capítulo, la escritora recopila las entrevistas, así como su propia experiencia en la infancia, donde muerte y guerra eran referentes constantes: la escuela, los libros, los juegos vespertinos en la acera. Narra, además, cómo todos sus parientes masculinos estaban ligados a la guerra, por lo que, en los pueblos solo había mujeres y niños. En el libro se describe “una guerra demasiado espantosa. El horror sobra. Sobra naturalismo. No se percibe el papel dominante y dirigente del Partido Comunista” (p.25). Aparecen historias desgarradoras de manera etérea, tanto que el lector asimila el brutal golpe unos segundos después de haber registrado las líneas. No es de asombrarse que haya sido rechazado por diversas editoriales. La autora no apela al efectismo del drama simplón de una guerra, sino que plantea, clara y llanamente, las vivencias de las francotiradoras, enfermeras, cabos; mujeres que tuvieron que aprender a matar, ser inhumanas y plantearse cuestiones filosóficas como el porqué de la vida y sus atrocidades. La obra de Alexiévich propone un feminismo franco, sin tiempo para detenerse a acusar a los hombres que trataron de instruirlas sobre cómo contar su historia. Tal sería el caso de una pareja que contrajo matrimonio en el frente. La escritora entrevistó a la mujer y el marido la miraba fijamente sin dejarla hablar, la primera le pide que las deje solas, el hombre accede, pero demanda a la esposa que cuente la guerra tal y como él le había enseñado, sin lágrimas ni naderías de mujeres. Al final, ella puede contar su historia sin el filtro machista. Los relatos de estas mujeres son extremadamente gráficos; en particular la historia del tren llegando a la zona de Maguilov. Un tren lleno de niños, de entre tres y cuatro años, que son lanzados por las ventanas y corren al bosque donde los tanques alemanes esperaban para aplastarlos. Otro relato que sacude es el de la mujer con una mancha psicológica:

[…] Lavaba la ropa, cocinaba y percibía el olor a sangre. La escasez de ropa y tela era abundante, alguien me regaló una blusa en color rojo, y no pude usarla. No podía hacer la compra, no soportaba entrar en la sección de carne…Ver la carne de pollo, se parece mucho. Llegaba el verano y sentía que en cualquier momento comenzaría la guerra. Cuando el sol calentaba los árboles, los edificios, el asfalto, todo olía a sangre. Comía, dormía y todo olía a sangre (p. 361).


Sería imposible clasificar una pieza de esta magnitud. Sus páginas provocan diferentes sensaciones y sentimientos. Este libro se tendría que observar como un testimonio incomparable de injusticia para estas mujeres; una recolección de la dolorosa realidad. Y así, repudiar al negacionismo junto a Primo Levi, por el uso que se le da para justificar al Holocausto y al genocidio. La conclusión que Svetlana Alexiévich propone, se deduce del último capítulo: “De repente sentí un irresistible deseo de vivir”. Ese incomprensible deseo de sobrevivir. Las protagonistas encontraron el propósito sintiéndose heroínas; pensaron en hacerse una foto entre flores y árboles, anhelaron el matrimonio, sintieron orgullo por la elección de salvar igual a un soldado ruso que a un alemán. Las mujeres en esta guerra habían visto más muertos que árboles y, aun así, decidieron continuar con sus vidas y ser libres.

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