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En el paraje de roog

Por Armando Gómez Rivas

Imagen: A. Colin.


¿Por qué monstruoso? La pregunta empezó a formularse en mi mente con la misma regularidad que acumulaba centenares de kilómetros semanales para ir a trabajar a la ciudad. Así son los pensamientos: autónomos, intrusivos e incontrolables; de forma simultánea, provocan hilaridad con gruñidos oscuros del tipo «rug, rug». Imagino que todo se remonta, con tonalidades impresionistas, al otoño de 2017. Por una extraña conjunción de sucesos, me encontré con Carolina en Salamanca cuando las hojas tostadas de los árboles comenzaban a volar. Me refiero a la comunidad autónoma de Castilla y León en España, no a Guanajuato. El viaje fue repentino y atropellado. Llegué con treinta y nueve grados de temperatura, flujo nasal abundante y un cansancio que jamás atribuiría al jet lag. Mientras mi cuerpo reaccionaba y yo fingía estar en condiciones aceptables, leímos en un hermoso e iluminado andador. En las afueras del casco histórico, el viento frío agrietaba nuestras caras. Alternamos páginas de lectura en voz alta de los Cuentos completos de Philip K. Dick. Fue un regalo anticipado por mi cumpleaños —que sería dos o tres días después y que recibí al llegar—. Por varias razones era un volumen seductor: el color amarillo en la cubierta, el diseño de la portada —un engranaje que intuyo simboliza la maquinaria del tiempo— y claro, por lo que representa un obsequio que ha sido elegido con el amor de conocer a una persona. La fiebre y el cansancio hicieron efecto. En minutos soñaba con el universo fantástico de P. K. Dick. No tengo idea cuánto tiempo pasó. En cierto momento imaginé a un perro. Mejor dicho: a una hermosa, brillante y traviesa Golden retriever que destruía una valla de madera. Cero nerviosismo; toda energía. En mi sueño, la hermosa Golden retriever, que en realidad me esperaba en México y era parte de nuestra familia, contraatacaba a un «roog» que percibía al otro lado de la cerca. Para nosotros era imperceptible… Algunos meses después iniciamos el blog Wuff para expresar en palabras nuestros mundos: literatura, música, artes visuales. A decir verdad, creíamos estar tomando el nombre del relato de P. K. Dick: roog; que, en efecto, trata de un perro defendiendo su territorio ante una invasión alienígena. Los escritos en Wuff —pensando que era Roog— salieron con irregularidad pero con absoluto cariño. Los meses se acumularon. Wuff creció. Tuvimos invitados, colaboradores. Aciertos y errores. De súbito, el tiempo se detuvo. Charlotte: la hermosa, brillante y traviesa Golden retriever que soñé en la trama de Dick, murió. El momento fue terrible. Habíamos transitado muchas aventuras juntos: buenas, malas, extrañas, divertidas… Lo que me interesaba, sin embargo, era saber por qué no podía ser como ella y, sin fronteras, lograr todo aquello que nos viniera en gana.


Existe la idea (muy básica) de lo feo, lo cruel, lo perverso como sinónimos de monstruoso. Esa es una posibilidad. Pero la realidad es más atractiva; son seres fantásticos que muestran un aspecto excepcional. En roog de Dick, solo Boris, el perro protagonista, fue capaz de identificar una invasión extraterrestre escondida en lo cotidiano. Boris es monstruoso. De a poco, Wuff se convirtió en una salida. Nada más genial que pensar en Charlotte como un monstruo que me acompañara por siempre. Cada frase que se incorpora a Wuff es un monstruo; al menos potencialmente: se muestra y puede llegar a ser perversa, cruel, fantástica. Y, al menos en un deseo sincero, los escritos reunidos en Wuff persiguen lo extraordinario. Al intentar reformular la realidad, viajan cientos de kilómetros semanales en ómnibus y regresan para apropiarse de lo abyecto y lo monstruoso. Ahora lo entiendo: en aquellas cosas, en aquellas situaciones y en aquellos momentos que disfrazamos como inadvertidos, una y otra vez, escuchó el sonido pincelado y colorido de Wuff.

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