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El encierro

Por A. Colin


Imagen: A. Colin


El fin del mundo llegó. Me refiero al concepto que teníamos del mundo, de lo cotidiano antes del encierro. Lo escuché de viva voz de aquellos con quienes pude mantener una conversación seria sobre el tema. Era gracioso al principio, sí; protegidos por pantallas y distancia de kilómetros, se leían bromas por doquier.

Para marzo la realidad había tosido en la cara de la humanidad, dejándola inmóvil en una espesa flema de histeria colectiva. Nadie podía mantener una conversación sobre otro tema que no estuviera vinculado con aquello. No existía otra realidad, ni otro pasado; como un fotograma de la vida extramuros, sin ilusión por el futuro.

El silencio incómodo se apoderó de los hogares al recordar las gastadas bromas donde las personas de oriente protagonizaban el apocalipsis zombie. No se veía el fin, solo había lugar para el pánico y las noticias, desgraciadamente, no tan falsas. Familias enteras, luego de haber estado en alegres celebraciones, se despedían: desoladas, entre rostros extraños, en camas ajenas, con respiraciones agónicas e incertidumbre. El sonido robótico de ventiladores mecánicos y las estridentes sirenas de las ambulancias se escuchaban como una marcha fúnebre.

De repente se abrió una puerta; tal vez sería mejor decir una ventana. Alguien puso a disposición de los internautas un taller que lo cambiaría todo. Ahora sé que éste proyecto no recayó en las manos de un único alguien. Carolina y Armando estaban ahí como parte del colectivo Wuff. En aquel entonces no sabía, a ciencia cierta, quiénes eran, pero fui testigo de cómo creaban espacios en los cuales se podía hablar de aquello pero desde una nueva perspectiva. Los talleristas estábamos en una balsa virtual que nos permitía seguir a flote en medio de esa tormenta real. Quizá era una solución para mantener la cordura postapocalíptica; una solución para los sobrevivientes de aquello.

Tiempo después surgieron nuevos talleres y Wuff figuró como sello de garantía. Ya no era necesario hablar del fin del mundo, eso ya había sucedido. Ahora existe un espacio para abordar diferentes tópicos, unos por gusto, como la monstruosidad, y otros necesarios que permiten debatir y resignificar conceptos que antes se hubieran cuestionado con susurros; desde el anonimato.

Entonces ¿Es posible? ¿Es posible seguir aprendiendo a cualquier edad? ¿Es posible crear círculos en dónde genuinamente existe un interés por la lectura, la escritura y el pensamiento crítico? Les adelanto que sí; sí es posible. La respuesta es Wuff.

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