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Dieciséis metros cuadrados. Sobre Cuatro por cuatro de Sara Mesa (Anagrama, 2012).

 Por Armando Gómez Rivas



Collage de Collien

Collage: Cadáver noctámbulo elige ser libre. Autoría: Collien..


“La línea del paisaje se curva, amarillea, baja hasta disolverse en la distancia, y ahí estamos al fin, detenidas y resoplando bajo el cielo inmóvil”. La frase inicial de Sara Mesa es la puerta de acceso a un universo: brillante, complejo, retador. Pero, antes de precipitar una interpretación, es necesaria una rápida descripción: la novela Cuatro por cuatro de Sara Mesa resultó finalista del XXX Premio Herralde, en el 2012. Aunque se trata de uno de los certámenes literarios más connotados en España, la realidad es que solo adquiere importancia si se ha leído el texto. Adentrarse, habitar o incluso perderse en sus líneas, sin duda, sería el mejor reconocimiento.

 

  La novela está divida en tres secciones asimétricas: Nunca más de doscientos, Diario de un sustituto y Héroes y mercenarios (Los papeles de García Medrano). Cada una posee una personalidad propia y una técnica narrativa que las vuelve independientes, aunque, al mismo tiempo, funcionan como un organismo fabricado con minuciosidad; la encarnación del monstruo imaginado por Mary Shelley llevado a una sociedad.

 

 “Nunca más de doscientos”, la parte primera, está escrita con una técnica modular. El lector se enfrenta a capítulos breves, algunos de un par de páginas. Los personajes, el espacio y las acciones se muestran como un álbum fotográfico que, de forma simultánea, conforma las piezas de un puzzle: Celia, Ignacio, Héctor… El fundador, El interrogatorio, Primer día… La Poquita, El Guía, La Culo… Habitación, La noche, El bosque… Las imágenes se acumulan hasta el punto de desfigurarse en pasajes alucinatorios. Al final, con la maestría narrativa de Sara Mesa, el lector se ha matriculado en la vida de un colegio exclusivo; un internado selecto que, en muchos sentidos, parece estar fuera de lugar.



Portada del libro Cuatro por cuatro

En la segunda sección, Sara Mesa recurre a una de las técnicas más personales de la literatura: el diario. Esta decisión permite que la narración adquiera una postura tan subjetiva e íntima que favorece la empatía inmediata con el protagonista y claro, puede parecer que hemos entrado al mundo del chisme, el cotilleo: un aspirante a escritor que, a través del robo de identidad, toma una sustitución como catedrático. El tiempo se acumula en sus escritos y poco a poco, las piezas embonan para construir una historia sombría, saturada de momentos incómodos y tan realistas, que el adjetivo fotográfico, utilizado antes, resulta insuficiente.

 

  De regreso a la frase inicial, “la línea curva del paisaje” se llega a entender como un retorno inminente que “amarillea” para diluirse. Dicho así, la vuelta resulta metafórica ¿es acaso la muerte o el crepúsculo?, ¿la circunferencia que proyecta la vida, el tiempo, la naturaleza…? En este momento, el diario y los treinta y siete módulos de la primera sección se han entretejido con tal maestría, que resulta increíble no haber visto los detalles aún sin conocer la información que aporta el “Diario de un sustituto”.

 

 La historia central parece haber llegado a su fin en cuanto el lector ha permitido la mixtura. Sin embargo, “Los papeles de García Medrano” nos enfrenta a una realidad soterrada: la depravación, el poder, la crueldad. Nunca mejor utilizado el término de Epílogo. Los pasajes que imagina y construye Sara Mesa, con un dramatismo poético y conmovedor, relacionan las acciones de esta conclusión con una fuerza descomunal: el manuscrito del antiguo catedrático, registrado antes de morir y sin censuras.

 

 Si de algo sirve, como una última invitación a la lectura de Cuatro por cuatro, después de desvelar el conflicto el protagonista menciona: “Creo en la reencarnación, pero dentro de esta misma vida. En las distintas vidas que se suceden dentro de esta vida. En el extrañamiento, en la ausencia de reconocimiento del que fuimos ayer. En la falta de sorpresa ante el que seremos mañana, aunque aún no podamos anticipar ni lo más mínimo qué forma albergaremos. Creo en la disolución de la identidad. Creo en la ruptura. Me rompieron a mí; creo por tanto en la imposibilidad de ser reconstruido” (p. 237). Felices lecturas, pues “un silencio perfecto reina ya en esta historia…” (p. 268).

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