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Cariño de Miguel Ángel González (Editorial Alianza, 2018)

Por Elizabeth Gori


¿Cuáles son las probabilidades de conocer al hijo perdido de Elvis en un pueblito español? ¿O que el hijo de Elvis conozca a una mujer, adicta a las historias, capaz de recorrer kilómetros para abrirse en tajos la pierna contra una cabina de teléfonos? En realidad, son muchas. Únicamente hay que dedicar unos minutos a pensar en los encuentros más extraños en los que nosotros mismos hemos sido protagonistas.

Esto es Cariño de Miguel Ángel González, una crónica de la soledad y los encuentros menos esperados. Es la historia de dos personajes: Mateo, un niño que emprende un viaje en búsqueda de su padre y Sofía, una mujer que viaja al pueblo de Cariño para encontrarse con su antigua pareja, después de que este tuvo un accidente.


La ternura y la nostalgia son los ejes con los que está escrita Cariño, y esto es lo que hace que sea un libro profundamente humano:


La mayoría de las historias tristes, si no fueran acompañadas de una tragedia, serían la mar de divertidas.

En eso era justo en lo que estaba pensando, parado en medio de la avenida principal de Cariño, una arteria en línea recta que partía en dos el pueblo, sin tener muy claro lo que debía hacer o el sitio al que me tenía que dirigir, como si fuera una ballena varada en la orilla del mar (pág. 187).


Un libro con un formato interesante: primero, una Nota previa a la novela, seguida de una serie de capítulos dedicados a ella (Sofía) y a él (Mateo), y concluye con una Nota posterior a la novela. Escrita en una especie de pequeñas postales que van ensamblándose para mostrar la historia de él y de ella, hasta chocar estrepitosamente.

Por otro lado, es un libro escrito por un cinéfilo que otro cinéfilo sabrá agradecer. Una grata sorpresa para quien entienda todas las referencias, pues al haber visto todas las películas, se tiene una intertextualidad que posibilita la conexión con la historia, con sus personajes; pero también agregará una dimensión de profundidad donde el lector comprende en otro nivel la historia contada. Cuando se piensa en dicha intertextualidad, no es de sorprender que la primera referencia sea Edward Scissorhands, una película que cuenta con el mismo tono que Cariño, ¿será que el autor invita a que los lectores se encuentren en este catálogo de referencias y se piensen en el entramado de la cultura?

La misma suerte tienen los lectores en el capítulo que habla sobre el club de lectura al tropezar con Boris Vian, Kenzaburō Ōe y Richard Ford. Una serie de recomendaciones, sin ser nombradas como tal, por Lucía quien lee y se reúne con otros, sin un plan trazado para que sea de tal o cual manera:


Superman es un tipo que nació en un planeta llamado Krypton, situado a millones de kilómetros de distancia de la Tierra, y que puede hacer cosas increíbles como lanzar rayos por los ojos, volar o levantar un camión de seis ruedas usando una sola de sus manos; pero, en cambio, el actor que lo interpretó en el cine durante más de una década era un hombre normal y corriente que se murió al caerse de un caballo. Supongo que la historia de la humanidad está llena de este tipo de caprichos del destino (pág. 20).


Uno de esos caprichos del destino, nos hace hoy encontrarnos con Cariño de Miguel Ángel González, para recordarnos otros encuentros tan extraños que parecían imposibles, pero que de pronto ya se encuentran en las páginas de nuestras vidas.

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