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Capilar*

Por Collien


Collien, título: Autorretrato I.


Ese día al salir de la ducha Neftalí notó que estaba perdiendo el cabello. Casi podía sentir cuándo se le iban desprendiendo de su cuero cabelludo, semejante a esas hojas amarillentas y ocre que en pleno otoño yacían agonizantes alrededor de su bugambilia morada. Nunca le dio demasiada importancia a esa infinita mata de hilos negros, lacios y gruesos, que brotaban de su siempre obnubilada cabeza. Cuando aún era una niña deseaba tenerlo largo hasta la cintura para que pudieran peinarla con voluminosas trenzas y moños de época, pero al ser tan crespo y rebelde, además de tener una capacidad de crecimiento veloz, terminaban por llevarla mensualmente peluquero de la cuadra, quien de tajo se lo cortaba hasta el cuello, dejando el largo suficiente para mantener calientes las orejas chatas en invierno. A veces alcanzaba para hacerse una pequeña coleta baja, de peinado fácil, sin necesidad siquiera de un cepillo. Debido a esto, Neftalí abandonó tempranamente sus ensoñaciones capilares, dejando de lado las imágenes mentales de cómo se vería con peinados extravagantes. Como si nunca lo hubiera deseado, metió en el fondo de un cajón mental todo ese asunto del cabello. A los catorce años, aún no le parecía importante tener una rutina de limpieza o cuidado meticuloso. Tampoco le prestaba atención al inusual crecimiento de al menos cinco centímetros por mes, que se había incrementado con el pasar de los años. En un intento de mantenerlo a raya lo cortaba ella, al ras del cuello, con las tijeras multiusos de casa. Para peinarlo utilizaba la misma coleta baja, con esfuerzo sujetaba ese rebelde y crespo manojo de filamentos negros con una cinta elástica. Neftalí se percató del incipiente proceso de alopecia cuando, al hacer la limpieza rutinaria, se comenzó a encontrar innumerables cabellos sueltos por toda la casa. Algunos estaban dispersos en el suelo de cada habitación, otros más adheridos a sus suéteres tejidos y los más notorios, atorados en la mohosa coladera luego de haber tomado una ducha. También en el cepillo morado de la escoba, que luego de barrer las baldosas de su dormitorio, aparecían atrapados, como queriendo escapar. Sorprendida, los arrancaba de entre los sucios filamentos plásticos y, haciendo movimientos circulares entre sus manos, formaba grandes madejas negras, como si se tratara de bolas de estambre. En el lapso de una semana, Neftalí juntó catorce madejas de pelo, de diferente tamaño y peso, algunas con pelusa y polvo y otras más con hebras de hilo o restos de papel de sus trabajos escolares. Un sentimiento de incomodidad se apoderó de ella al mirar, por primera vez, tanto cabello junto. Comenzaron a darle arcadas en señal de un estómago revuelto, y una desconocida vergüenza le pintó de rojo las orejas chatas. Con más asco que al recoger el cadáver de una cucaracha recién pisada, Neftalí colocó el enredado y amorfo producto en una bolsa negra de plástico. Se esperó impaciente a que cayera la noche y, a las ocho en punto, se ofreció para sacar la basura de la casa. Esperó a que se despejara la calle y, frente al contenedor, entre cáscaras de huevo, restos de sopa de la cocina y papel higiénico con aroma a lavanda y heces, dejó caer la bolsa negra. Regresó corriendo tan rápido, sin detenerse, que por un momento parecía que estaba huyendo. Al llegar a casa se dispuso en ruta al baño, se lavó las manos con la barra de jabón amarillo y, al verse al espejo, por curiosidad y con algo de miedo, comenzó a examinar su cuero cabelludo. Ahí no había nada más que cabello. Verificó meticulosamente, con sus temblorosas manos, cada zona de la superficie de su cabeza, separando mechón a mechón. A pesar de la aparente pérdida, en su cabeza no se veían zonas de entradas o círculos de calvicie. Suspiró profundamente, casi aliviada, y se dirigió a su dormitorio, se quitó la ropa y se vistió con una vieja playera negra, de tonalidad parda y tela desgastada, a modo de pijama. Acostada en la cama individual, y entreviendo al techo mientras dormitaba, creyó escuchar un ruido. Fue como un crujido o un desliz. Ella no era una persona asustadiza pero el ruido fue tan repentino que la hizo brincar. Se levantó a encender la luz y durante unos minutos observó el entorno de su cuarto. Su cama destendida tenía aun tibias las sábanas blancas con patrón de rayas lilas, arriba estaba la almohada aplastada con su funda verde claro; el clóset, formado con tablas de madera adheridas a la pared, estaba cerrado. En el suelo estaban el par de tenis negros junto a los zapatos escolares, cerca de la cama y, colocados estratégicamente en la esquina, una mesita de aglomerado que pintada de blanco hacia juego con una silla de plástico. Todo estaba en orden y en silencio. Bajó el interruptor de luz y volvió a acostarse. Estuvo atenta unos minutos, con la vista fija al techo, pero ya no escuchó nada más que el ruido de su respiración y se quedó dormida. A la mañana siguiente, al abrir los ojos lo primero que vio fue cabello. Neftalí saltó de la cama y, entre arcadas y movimientos bruscos, comenzó a sacudirse. Las sábanas estaban repletas de pelos sueltos, finos y largos, retorcidos entre los pliegues de tela, opacando así el patrón de líneas. Se percató también de que el cabello que le había cubierto la vista al despertar realmente provenía de su cabeza y que no solo su melena había crecido hasta la espalda, si no que, de algún modo, la bolsa negra que había desechado se encontraba al lado de sus zapatos. Neftalí se quedó paralizada mientras un pitido se metía en sus oídos y le ponía la vista borrosa. Estaba segura de haber tirado la bolsa ¿o no? Con un grito atorado en su garganta, recogió todo el desastre tan rápido como pudo. Buscó las tijeras y, con dificultad, cortó esa larga cabellera, dejando solo un rabo asimétrico. Depositó todo el cabello en la bolsa igual que el día anterior. Para entonces, ya le era irrelevante cómo había aparecido en su cuarto. Cerró los ojos y respiró tres veces lo más profundo que pudo. Creyó que al abrirlos se daría cuenta de que estaba soñando, pero no fue así. La bolsa de cabello estaba a sus pies esperándola. Para no verla, la escondió en el closet. Al caer la noche, Neftalí decidió ir a un contenedor más lejano. Vació primero los cabellos, luego los desperdicios de cocina y al final el papel higiénico. «Esto va a detenerlo» pensó en el acto y mientras corría a casa, pensó en lo disparatado que era todo aquello. Estaba segura que era algo ridículo tenerle miedo al cabello o creer que esa monstruosa bola peluda volvería a casa de nuevo, pero lo siguió repitiendo para sí, como un rezo, generando un eco interminable en sus pensamientos. Al llegar a casa, se deslizó sigilosamente a su habitación, se vistió con el pijama y quedó tendida en su cama, en medio de la oscuridad, observando el techo. Como si se tratara de un déjà vu, escuchó nuevamente el crujido. Esta vez no se levantó. Cerró los ojos y contuvo la respiración mientras escuchaba el eco de sus pensamientos: «Esto va a detenerlo». En la oscuridad creciente, una bolsa se arrastraba. Al contacto con las sábanas, producía un ruido, como un cepillo de cerdas al deslizarse sobre una larga melena. «Nadie puede temerle al cabello» se dijo así misma. La sombra crecía al pie de su cama, formando una figura humanoide de raíces y tallos capilares. Debajo de su cama, surgieron cuerdas trenzadas del pelo perdido. Iban subiendo desde sus pies, y enroscándose entre sus piernas, inmovilizándola a la base de madera. Del clóset salieron disparados tres látigos negros y ásperos. Dos de ellos se enrollaron alrededor de su torso y apretaron sus brazos con insólita fuerza mientras el tercero se introdujo rápidamente por su boca, y como si se tratara de las raíces de una planta, ramificaron dentro de su cráneo. Se escuchó un último crujido en medio de la oscuridad. Luego nada. El amanecer dio la bienvenida a los múltiples tallos capilares. Se extendían frondosos de las sangrantes y vacías cuencas de los ojos y el canal auditivo de unas orejas chatas.


*El texto y el collage fueron creados por la autora durante el taller Mujeres. Sus criaturas imaginarias y monstruos reales, llevado a cabo en Wuff.



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